lunes, 27 de junio de 2016

Héroes

Equilibrio
Soñaba con cosas rotas
arriba del techo de casa vecina
de la infancia.
Veladores, botas de goma,
comida, trapos sucios,
juguetes, cosas rotas,
cosas rotas.
Despertaba pero despertaba
pero dormía pero despertaba.
Nadie te avisa que en el quirófano
te atan los brazos durante la cesárea.
Después, esperar setenta y dos horas
a que el niño haga bajar la leche.
Rotos los pezones, igual se prende.
La gata se pone celosa,
hace caca debajo de escritorios y mesas,
sale a cazar pajaritos subida
al borde de la ventana de nuestro séptimo piso.
Una cosa que le diría al psicólogo es
que deseo ver la gata perdiendo equilibrio,
cayendo como Alicia, cayendo.
Le pego un grito
a la hermana desplazada de mi hijo,
la bajo con un sopapo de coté.
¡No, Ada! ¡Estás loca, ahí arriba!
El sueño desaparece por la mañana cerca de las 9.
León se despierta hambriento como mamífero.
Llegado el mes León se ríe durante este momento.



Pelones
La gata pierde pelones,
se arremolinan todos los días
en los rincones
en el paso del pie.
Trapeo.
Las colillas de los ceniceros
perfuman con ardor,
son como raspaduras.
Si las sigo con la mirada
dejan su rastro insecto y volátil.
Los caminos de las hormigas
no son volátiles,
van derivando en rutas
alternativas y experimentales.
Las colillas lo mismo.
Las encontrás adentro de la taza del café
o colgadas de la punta del calzón recién lavado.
Los pelos que se nos caen.
Perdemos mucho el pelo
Juan y yo.
En invierno no tanto
pero en primavera-verano
se larga la temporada.
Con la cantidad de pelo que perdimos juntos desde el 2010
podríamos haber llenado unos cuantos almohadones,
trenzado pelucas para muñecas,
tejido nidos para los horneros de la casa de calle Francia,
engordado con la pelusa de la gata la caparazón
térmica del bichito canasto del árbol de la esquina.
No nos da el tiempo
más que para dar de mamar, cantar,
comer nosotros y dormir.
Que es cada dos o tres horas
cada dos o tres
cada tres o dos
cada dos
cada tres.


Oda al paracetamol
Las tetas se cansan, se vacían
se vuelven a llenar, se rompen.
Los días se suceden sin más novedad
que los pequeños actos repetidos,
al principio vacíos, de la subsistencia.
Nadie ama a un hijo sin trabajo,
más bien le teme al principio
y va pasando de ser yo a ser otro.
Es un legado intangible, un oro medular.
Hay que hacerle un altar al paracetamol.
Sin paracetamol no hay amor ni renuncia.
Luego ese altar se va poblando.

Para ce ta mol, para ser tua mor.


Héroes
Los padres primerizos no queremos a nadie,
la rockeamos enérgicos, lacónicos de sueño,
encantados con el hijo, monotemáticos.
A veces nos desconocemos entre nosotros.
Nos ciega la arena del amor y la distancia.
Habrá que mojar y apilar de nuevo,
cuántas veces, los moldecitos.
Un rompecabezas que el hijo
quién sabe si recompondrá
cuando alce su cresta adolescente.

Mejor. No nos gustan los castillos.


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